martes, 13 de octubre de 2009

Soy como soy


Me hicieron una pregunta que, hoy, hace casi una semana aun evito responderla. No porque no quiera, sino porque no tengo la respuesta.

¿Cómo soy? Esa fue la pregunta en cuestión. Lo primero que vino a mi mente fue dar una descripción detallada de mis condiciones física:

-1 metro 73 centímetros

-56 kilos

-pelo negro, ni rulos, ni lacio, por debajo de los hombros

-ojos marrones oscuros, casi negro

-boca ni grande, ni chica

-pechos, ¿qué es eso? no tuve suerte a la hora del reparto

-panza chata

-piernas largas

-cola…común

-pies grandes, calzado numero 40.

Aunque no parezca soy 90-60-90. Medidas perfectas, ¿perfectas para quien? Para mi no, si hubiese tenido la oportunidad de elegir la contextura de mi cuerpo mediría 10 centímetros menos, el número de mis zapatos seria 37, quizá 38, mi pelo seria lacio y seguro mas largo también, mi cola estaría parada y no cabria ninguna duda que tendría un buen par de pechos.

Pero no, nadie lo puede elegir, solo se permiten cambios o devoluciones al pasar por un quirófano, un gimnasio o una peluquería. Nada de plantar un árbol, donar un órgano, escribir un libro o tener un hijo. Las prioridades parecen ser otras en los tiempos que corren.

Pero estoy segura que no me pedían descripciones físicas.

La cuestión venia mas profunda, parece que querían que hable de mi personalidad. Querían saber como termine escribiendo cosas como estas, o quiza como empecé. Querían saber con que me identifico, que me gusta hacer, cuales son las cosas que me sacan de quicio. O no sé. Es una tarea muy complicada. Nadie sabe con precisión como es uno mismo. Y si nadie lo sabe, ¿por qué yo habría de saberlo? Pero como no me gusta la mediocridad heme aquí, dispuesta a dar una explicación aproximada, no creo que llegue a ser exacta, del porque soy como soy.

Todo se remonta a 1988, cuando la cuarta y ultima hija de la familia Sena estaba en camino, aunque aun faltaba un mes para que llegara al mundo los preparativos estaban casi listos. Los nombres que iba a llevar la criatura estaban decididos: Agustina Daniela. Pero, las cosas se complicaron, la nena parece que tenía trastornos de ansiedad, o solo fue una simple curiosidad por saber que pasaba del otro lado y quiso salir. Sí, en octubre, un mes antes de lo previsto. Decidida a conseguir lo que quería se dispuso a abrirse camino, pero ¿qué paso? el cordón no le alcanzaba para irse. Sin mucha preocupación esperó a que alguien muy gentil la sacara de ese lugar que ya le resultaba un tanto incomodo.

Supongo que eso explica lo curiosa que es ahora la nena, no le alcanza con lo que ve, siempre quiere saber mas, la insistencia que tiene para conseguir lo deseado, la falta de preocupación por las cosas sin solución, la buena disposición ante una mano amiga y deja en total evidencia el porque de los lazos tan fuertes con su mamá, algunos se jactan de decir que aun no cortó el cordón.

A la nena, ya adentrada en el mundo, le llego el momento de decidir algo muy importante en el futuro de su vida: los colores de su pasión. Mama de River, papa de Boca y padrino de Racing. Era una decisión que marcaría el resto de su vida, que influiría en sus estados de ánimo más de una vez. Lo que hizo la pequeña Agustina fue observar con atención y sin que nadie lo supiera a quien le duraba más la sonrisa de un domingo por la tarde. Estaba decidida que seria del cuadro que más feliz la hiciera. No hace falta aclararlo, pero les aviso por las dudas, que la nena eligió ser de Boca Juniors. Consecuencias de esta elección la llevaron a ser lo que hoy es. O a hacer lo que hoy a ella más le gusta hacer.

Todo comenzó con ese deporte, el fútbol. El papá le contaba a la nena y a sus hermanos mil historias sobre el campeón, y ellos escuchaban con atención, disfrutaban ver como el papá se emocionaba con un relato de Víctor Hugo Morales, o como gritaba de alegría cada vez que la pelota tocaba la red.

La nena era de Boca, pero tenía una debilidad, un jugador. Pero pertenecía a otro equipo, a Estudiantes de la Plata. Al papá le rompería el corazón saber que la nena amaba a un sujeto que vestía la camiseta con otros colores. Así que decidió no contárselo. Hasta que un día su sueño se hizo realidad, el hombre en cuestión comenzó a jugar en Boca.

Se preguntaran que tiene que ver todo esto con el futuro de la niña, seguro deducen que la nena ahora es periodista, o quizá jugadora de fútbol profesional. No, ni una cosa, ni la otra.

Cuando ella estaba en la primaria, en quinto grado, su profesor llevo 3 pósters a clase. Les dijo a los alumnos que los iba a sortear. Cuando todos creyeron que el sorteo era al azar, y la nena había perdido las esperanzas ya que la suerte nunca jugaba a su favor, el profesor les comento las reglas del sorteo. Dijo que la niña o niño que expresara con las mejores palabras lo que sentían por aquellas figuras ahora pegadas contra el pizarrón se llevaría el premio mayor, el póster de su ídolo.

Era curioso ver como las niñas se peleaban por el póster de moda. Los otros dos pósters eran de jugadores de fútbol, por eso ella optó tener de rivales a sus compañeros varones y luchar por la foto de su amor.

Todos comenzaron a escribir, pero ella se había quedado hipnotizada y perdida en los ojos de la foto, no sabia que escribir, o como expresarse, sentía que era imposible ganar en el mundo de ellos.

Desde el pizarrón observaban los personajes de la tira diaria “Chiquititas”, al lado Enzo Francescoli, y contra la pared estaba él, sobre quien quería escribir ella, su amor de toda la vida. Era la única oportunidad que se le presentaba de tenerlo solo para ella, y sentía que la estaba desperdiciando, porque las palabras no le salían. De pronto recordó las frases de su papa, escuchaba en su cabeza relatos de fútbol, y reportajes a su propio ídolo, y las palabras comenzaron a fluir. No solo escribió lo que sentía hacia ese sujeto, sino que también argumento porque debería ella alzarse con el premio mayor.

La corrección del profesor comenzó al mismo tiempo que sus plegarias.

Luego de eso recuerda un enorme bullicio y el siguiente recuerdo ya trascurría en su casa. Le enseñaba a su papa la hojita escrita por ella minutos antes, mientras desplegaba el póster que se había ganado, era él gritando un gol, él festejando una de sus tantas victorias. Era él, sí, era Martín Palermo. Y el póster era suyo.

Ese día la nena descubrió que al escribir podía convencer a cualquiera de lo que ella quisiese.

Y es así como hoy, con casi 21 años, todavía recuerdo ese día con exactitud. Esos, creo yo, fueron mis primeros pasitos hacia lo que hoy me gusta hacer, escribir.

Y es así como hoy, con casi 21 años me emociono al ver a Martín Palermo meter uno más de los tantos goles que me acostumbró a vivir con el.

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